Compré en un remate un libro que contiene poemas de un autor jalisciense poco conocido. Lo amarillento de sus páginas es falso, pero una tipografía agradable, legible y negrísima rescata la manufactura. Lo que creo que sale de lo común de este librejo es lo siguiente: en un lugar entre la primera página y la pasta de la portada se asoman tres pelos ralos y oscuros. Apenas los descubrí intenté arrancar uno, pero desistí al sentir algo parecido al remordimiento, como cuando arrancas una flor y sabes que le has quitado la vida y se irá pudriendo poco a poco. Raíz se convirtió en uno de mis libros favoritos por cómo se dejaba leer, además de tener esa suerte de cabellera proveniente del empastado. Después de un tiempo, me descubrí varias veces preguntándome si en verdad los tres vellos se habían multiplicado y alargado o era sólo un truco de mi imaginación. Decidí cuidarlos para ver hasta dónde crecían, no sin repulsión y un poco de miedo. Crecieron al punto de complicarme la lectura de los poemas y me asustaba la idea de que alguien más notara la crecida melena del libro. Una vez que pude reunir el valor suficiente, sujeté el volumen contra mi escritorio y tiré de la madeja oscura hasta arrancarla de raíz. Me asombré al percatarme que se había traído consigo las palabras escritas. Hojeé para comprobar que sus páginas se hallaban ahora vacías.
Yelhro.
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