martes, 10 de septiembre de 2013

Participante: Artemisa Griega - ¿Imperfecto?




Claudio parecía tan perfecto como siempre, como si no le corrieran los años. Dormido en el asiento reclinado del copiloto, parecía un niño que después de un largo trayecto hubiese caído en los brazos de Morfeo. El libro que tenía a punto de caer en el tapete lo tenía absorto desde dos noches antes rozando las madrugadas casi sin pestañear. 
 
La carretera hacía notar su reparación reciente, pues todavía olía a chapopote. A los lados, matorrales crecidos y plantíos de caña, dejaban ver lo fructífero del temporal de lluvias. El cielo estaba despejado y pequeñas nubes blancas en forma de algodón le daban el toque perfecto al azul de la mañana.

Por el retrovisor vi un tráiler que venía a alta velocidad y tuve que acelerar pues los accidentes en carretera están al día y en un segundo la vida puede dar un giro de ciento ochenta grados. De chava, un día quedé incapacitada de mi brazo izquierdo durante dos meses y me prometí no volver a pasar alguna convalecencia que me limitara mis capacidades.

Mis hijos estaban en plena adolescencia y preferían pasar los fines de semana en la ciudad para poder disfrutar de los amigos. En cambio Claudio y yo, ansiábamos esos días para salir de campo, a la playa, a pueblear o al bosque. 
 
A la vista de todos éramos la pareja perfecta y en cierto modo sí lo éramos. Disfrutábamos tanto de convivir, teníamos varias metas personales en común, adorábamos a nuestros hijos, trabajábamos en el mismo lugar desde hacía veinte años cuando terminamos nuestra carrera y jamás habíamos tenido discusiones fuertes.

Mi marido no tenía el problema del ronquido típico del que se quejan mis amigas de sus respectivos conyugues. Tenía algo muy peculiar. Hablaba demasiado dormido; los primeros años me daba risa escucharlo pues sacaba cada aventura y la mayoría de las veces no le prestaba atención pues terminaba muy cansada como para lidiar con sus historias que parecían reflejo de sus sueños.

Cayó el libro sobre el tapete, me temo que por esta ocasión lo esconderé en mi bolsa para que tengamos más tiempo para platicar y no se quede absorto en la lectura. Es tan guapo. A pesar de su edad, todavía tiene muslos fuertes y pantorrillas marcadas. Se le ven tan bien esos shorts negros de algodón con esa playera tipo polo roja. Jamás ha sido conservador y por lo mismo refleja jovialidad. Su pectoral y espalda anchos, no son mas que el monumento a la belleza masculina. Su mandíbula cuadrada y esa ceja tupida enmarcan cada expresión de su rostro. Sus manos vigorosas con las que acaricia mi rostro y su voz grave, son la fórmula perfecta para caer rendida a él.

Jamás me he considerado celosa, pero la verdad siento como si estuviera él conmigo pero a la vez no. A mis cuarenta y tantos, ya cualquier mujer menor a mi me parece una modelo y una atracción segura a la vista de cualquier hombre, y mis carnes, ya no son tan dignas de los ojos de algún albañil de alguna construcción.

Me he metido ya sobre la vereda que nos lleva a aquel riachuelo donde nos encanta acampar y es nuestro lugar secreto. El hambre se apodera de mi y me detengo en esa loma que nos sirve de mirador del atardecer. De inmediato despierta al oír que para el motor y me sonríe al tiempo que acaricia mi muslo.
* * *
Después de las hamburguesas que hicimos en la parrilla, nos queda poco apetito para la cena. Cansados de la larga caminata y del baño que tomamos dentro del riachuelo, nos acostamos sobre las cobijas. Me pregunta por su libro y muestra algo de enojo al no encontrarlo. 
 
Realmente lo siento extraño por primera vez. No sé si son mis nervios o algo me oculta.
Lo beso y lo veo tratando de descubrir sus pensamientos. Comienzo a inquietarme y trato de disimular. No puede ser que tantos años así sean derribados por algo más. Me siento mal. Es temporada de vientos fuertes también y los incendios hasta con una chispa (pudiera ser la de la parrilla) podrían ser provocados y concluidos en catástrofes. No puedo permitir sentir dolor en mi corazón, todo en él es casi perfecto y las novelas que he leído sobrepasan al amor ideal que vivimos.
* * *
Me están tirando del brazo fuertemente. Abro los ojos.
-¡Enfermera!, ¡Enfermera!-grita esa voz grave que por años me ha extasiado.
Me están sacando de mi casa, de mi habitación. ¿Por qué tengo estos vecinos confianzudos como de vecindad vestidos siempre de blanco?

Me inyectan algo en la vena de mi brazo y me ponen una mascarilla sobre boca y nariz. Respiro mejor. Oigo decir a Claudio:
- Esta vez casi no la cuenta. Hemos visto cómo salía el humo por debajo de la puerta asegurada y corrimos al rescate. ¡No entiendo de dónde consiguió provocar el incendio!
 
Me acaricia la frente y viéndome a los ojos dice:
-He sido tu Dr. desde hace casi veinte años Daira, te hemos dado privilegios por tus avances como a ningún otro. Gozas de salir a eventos familiares y te habíamos permitido tener lo que más amas, tu colección de libros que relees desde tu juventud y que hoy solo quedan brazas. Hiciste todo por acabar esos logros y esas novelas que te encantaba mencionar de vez en cuando en el consultorio. Si no es porque me dirigía a buscar mi libreta de reportes, hubiese sido demasiado tarde para tenerte aquí con vida, teniendo ésta plática.

Lo acababa de descubrir imperfecto, su libro era el causante de “eso” que percibí, pero al yo guardarlo en mi bolsa he visto que siempre estará para mi.

Artemisa Griega.

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