Las seis con
veintitrés, por más que quiero, no logro detener la expectativa. Me siento como
el perro de un solo dueño y ese dueño no vive en casa. Perro abandonado en la
azotea, perro que sólo al ver que viene un carro dando la vuelta a la
esquina ¡y cree que es su amo! ¡y que trae comida! ¡y que lo va a
sacar a pasear! ¡y que le lavará toda la porquería embarrada en la azotea y que
hasta se lo llevará de ahí! Pero quien da vuelta a la esquina es el camión de
la basura y el velador en su bici. Nadie más.
Son las seis
y veinticuatro. Es miércoles y tristemente hoy me levanté con un único aliento
de esperanza que lo quise conservar tibio y cristalino porque pequeño ya es,
pero ha crecido chocantemente contra mi voluntad, todo el miércoles gira en
torno a la entrevista de la una, no tengo alma para más, no me importa forma ni
reforma alguna.
Son las seis
y veintinueve. No puede detenerlo, pongo demasiado en un aviso de ocasión
correspondido cientos de kilómetros de distancia y a un méndigo cable
telefónico impersonal. El perdido no puede dejar de esperanzarse con cualquier
sombra que se mueve, ¡con cualquiera! aun cuando solo sea el carretón de la
basura, porque finalmente me despierta la esperanza, el sentimiento más puro y
más amable que tengo estando perdido, me deja escapar de la realidad sin temor
a que me regañen, sin euforia, con sensatez. Pero cuando la esperanza es mi
única arma, mi única herramienta, mi única razón de ser, me doy cuenta que tengo
poco, muy poco, que he navegado entre sentimientos fríos, crueles. La esperanza
es la obertura, no la ópera, la esperanza es tu mensajero fiel, no el
mensaje, la esperanza es una caricia apenas, no el alivio.
Tengo toda
mi vida en la esperanza y pequeña como es, se asusta, se apena, se empequeñece.
Me doy cuenta que la tengo aterrada sabiéndose mi vida única, mi vida entera.
Me descubro tiranizándola y me doy pena, le quiero sacar a mi esperanza, lo que
no he forjado en mi.
Quédate
conmigo esperanza, pequeñita mía, prometo ya tratarte bien, no temas, no te
despreciaré, no te vayas. Ya yo me encargaré de mí, sólo quédate conmigo.
Descansa ya.
Son las seis
con treinta, ya me levanté.
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