No sé en qué momento se convirtió en obsesión. Quizá cuando empecé a desencaminar mis pasos agotados para llegar a la librería y pasar ahí más de una hora de pie, luego de haber concluido un día de trabajo en el que solo pude sentarme veinte minutos. Tal vez fue cuando me dio por comprar más de seis libros en cada visita, todos aquellos que hubieran sido tocados por sus manos para que yo pudiera verlos. No sé si sería en el momento en que decidió hacerme descuento pues era la octava vez que visitaba el establecimiento en menos de una quincena; o cuando empecé a buscar en Internet sus datos para preguntarle por escrito y con una falsa identidad aquello que no me atrevería jamás a hacer de frente. El caso es que todo está consumado y ahora comienza la huida para escaparme de sus ojos muertos que tan insistentemente me miran.
Dama con armiño.
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