A los lectores de letra uno, quiero contarles mi cuento.
Soy un lápiz escolar, tengo carcomido el borrador, me encuentro desgastado, para mi gusto, lozano como ninguno.
El lápiz de un lector aficionado.
Un empujoncito involuntario, girando por el viento dando un par de volteretas, he caído instantáneamente en un rincón, junto a la puerta.
Observo cómo me busca, no me ve, desconozco la razón, no la comprendo.
¡Aquí estoy! Le grito con mi voz de lápiz, ¡aquí, junto a la puerta!, lanza una vistazo con sus ojos negros de lucero. Su lánguida mirada continúa de largo, buscándome, rozándome, ¡no me encuentra!
¿Por qué no me ves? Le pregunto… no hay respuesta, ¡Aquí estoy! Le grito una y otra vez, ¡estira tus manos! ¡Un poco más!, ¡aquí!, ¡casi lo logras!, No quiero quedarme aquí, desearía que escucharas mi voz de lápiz, ¡David lector! le grito en un intento fracasado que se lleva el viento.
Suena el timbre de la escuela que anuncia la próxima salida.
Lanza un último vistazo, por mucho que me desgañito la garganta, no me mira.
Es hora de irse a casa, escucho que pregunta todavía, ¿Lápiz dónde estás? ¡Ay de mi!, lo reconozco, ya estoy a media vida.
Tengo el borrador menoscabado, es algo que tú David como lector y escritor de utopías siempre has querido.
Se apagan las luces, quedo aquí solo, con pena sin gloria, rumiando fantasías.
Hoy, escribí los ejercicios de matemáticas, estuve tan feliz haciendo cuentas, sumando, restando, multiplicando o dividiendo.
Me he encontrado en medio de tus lecturas escondido, separando las hojas de tus chispeantes libros.
Del cuaderno a tu cabeza, escondido entre las páginas muchas veces me he metido.
En ciertas ocasiones me pasabas por los rizos de la oscura, cabellera. Volaba por los aires, sostenido por la mano izquierda. Me parece grato anotar números, estar inmiscuido en las inquietantes aventuras de sus compendios. Me vi escribiendo letras de un dictado, excelente en los dibujos, y anotándole la vida me entretengo.
Recuerdo el día en que mostrándole el examen a su Madre, lucí orgulloso. ¿El resultado? ¡Todo correcto!, yo con él, inflamado de gloria, por ese, su talento.
Su madre sonríe, le felicita, ulteriormente revisa minuciosa, con detenimiento. Fui partícipe afónico, de ese magnánimo momento.
Ahora aquí lectores de las redes, yo les cuento: ¡Estoy pasando el más terrible de los miedos!, solo, abandonado en este suelo.
No soy de esos lápices modernos, en lo absoluto, tengo un don, el de escribir quimeras o simplemente números en el cuaderno.
Nuevamente se hace el silencio, me enfrento a mí mismo, a mis pensamientos, desde que he estado con el lector he sido el más feliz de los lápices, como en un cuento.
No le temo al sacapuntas, cada vez que lo esgrime, me gira con sus dedos, me desgasto sí, después en sus bosquejos me utiliza, ¡para eso, he sido hecho!
Me alegra, me complace servir a un joven, quien aprende cada día, madurando, jugando a construir la vida, quedando ahí plasmado para ustedes, los lectores, por un tiempo.
Ha escrito con migo en algunos avioncitos de papel, mis líneas, se las ha llevado el viento.
Ser útil, servir, no deseo de modo alguno, quedar abandonado, olvidado, relegado al sufrimiento.
¿Pero qué pasa? Escucho ruidos, ¡oh!, ¡se abre la puerta!, se encienden las luces.
Emprende su trabajo con la escoba, la persona que hace la limpieza.
Palidezco de tristeza, no quiero irme a la basura, siento que mi vida de escritor ¡justo comienza!
Deseo que los lectores sepan mi vida, correrías y desventuras.
Me arrastra con su escoba, con las hojas del otoño hoy ya marchitas, se cuelan en las suelas de las botas de las chicas, se me pega el chicle que un día estuvo en el respaldo de una silla, migajas, tierra, cera de una vela entre otras “maravillas”.
Tomándome en sus fortuitas manos, tantea el borrador mordido, calculando pensativa, que cosa debe hacer conmigo.
¡Al bote de basura! Se arrepiente, ¿todavía podrás servir? Es lo que creo, dice entre dientes.
Colocándome en la mesa de la profesora al lado izquierdo de los lentes, respiro con alivio, retozando afanosamente.
¡De la que me he salvado en éste último momento! Sucio, chamagoso, algo maltrecho, gracias pienso, en un magnánimo silencio.
En mi locuaz punta quebrada, brilla nuevamente un rayito de esperanza, el recuerdo de un joven me reconforta, me arrellano en el vaso en que he sido puesto, con los lápices desconocidos, ahora mis compañeros.
Me miran, los miro, mirándome a mí mismo, veo el estado lastimoso en que me encuentro.
¿Ellos?, ¡nuevos!, ¡brillantes!, con su punta afilada sin desgaste.
¿Yo? ¡Feliz de haber escrito!, una historia, una nota, corazones o, recuerdos, que hoy día transporta David lector, entre sus libros y cuadernos.
¡He sido útil!, confortándome con mis pensamientos.
Otra vez me miran, sonríen con sorna, ¿pensarán que ser nuevo es maravilla?, más me enorgullece estar ajado, aún más, de tener mi borrador roído, señal de que alguien que lee, anota números, escribe ficciones me ha querido.
Cierro mis cansados ojos de lápiz, me duermo arrullado con los susurros de los múltiples colores, con sus tres lados, ergonómicos, modernos.
Amanece, aparece la efímera bruma tras los ventanales, los estudiantes se preparan para comenzar el día.
Matemáticas, después Literatura, anuncia la profesora con firme y cálida alegría.
David acude a su mochila, ¡advierto una nueva perspectiva!, brinco en este vaso transparente, ¡Aquí estoy! le grito, mi voz es un murmullo apagado, como el soplo de la brisa matutina.
Mira el escritorio, se acerca, tomándome despacio, me acaricia.
¡Mi lápiz!, anuncia, me lleva a su regazo, limpiándome, me abriga. En tanto el sacapuntas, me engalana, regalando una sonrisa.
Comienzan las cifras, los dictados, él se afana en escribir con diligencia.
Multiplicaciones, sumas, posteriormente el borrador de una novela.
Los lectores de las redes sociales como tú, han de alegrarse. Ya que sin lector, no hay cuento.
¿Yo?, ¡Yo casi desfallezco de contento!
Karimi Runi
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