I
Venimos de sueños imposibles.
Nuestros ojos los inventaron Wilde y Neruda
una tarde, mientras dormían.
Shakespeare dibujó nuestras manos
una noche de un invierno cristalino.
Fuimos hechos de arcilla y cáñamo
traído desde Mancondo,
de índices y rosas de Mogador.
No precisaron leyes universales para inventarnos,
para poner la palabra sobre la lengua
y dejarnos caminar a solas.
Nos fundaron una noche
en medio de la historia finita del hombre.
Como a una ciudad nos bautizaron
entre las ruinas del silencio y el grito lírico.
Pronunciaron nuestros límites,
nos otorgaron memoria
una casa hecha de palabras.
II
Sobre el dorso de un libro de ceniza
amanecieron nuestros nombres,
así como se escribieron las raíces de Comala,
nacimos
en un lenguaje de sombras y misterio.
Desnudos, fundados en la palabra
construidos en la idea del canto
y la ceguera del futuro,
fuimos hijos de una guerra celestial.
En el nombre del universo
nos abrieron a la memoria
del llanto
habitantes
de un simulacro
heredados
de un sueño inconcluso.
III
La belleza de nuestro misterio
radica en los espejos.
En la batalla del ocaso contra la costumbre.
En el olor de los minutos que preceden la palabra
en el insomnio marchito de un autor.
Nos conmueve la noche,
la oscuridad íntegra
donde profunda e infalible
cabalgan las palabras.
Íntegramente azules o blancos
miramos la luz donde se anega el lenguaje.
El tiempo no arde
como el fuego que nos constituye
innumerables,
poblamos el vacío
las vértebras de un idioma extranjero.
IV
Venimos de la sangre de un sueño infinito,
de la profundidad milenaria del olvido,
de la memoria antigua de las palabras.
Venimos de un resplandor,
de un siglo cansado de alfabetos eternos.
Venimos de un recuerdo teórico,
del desierto de una página en ruinas,
o de un campo de rostros vírgenes
que borroneaban sombras a la noche.
V
De arena era mi cielo
antes de que me inventaran.
Antes fue de ceniza mi sueño,
agua no había en el río, ni laberintos en el corazón.
Si me hubieran inventado otra noche,
si una pesadilla hubiera citado mi nombre, otros
serían mis enemigos, otra
mi forma de llorar, otro
mi dios, y otras palabras -que no adivino-
mi lenguaje.
En otro sueño tal vez
hubiera estado enfermo,
esclavo de las líneas del cuaderno
sería dueño de un camino roto,
un marinero de un puerto de papel y rocas,
un pescador de horizontes.
En otro tiempo quizá
las permutaciones de nuestras posibilidades
nos hubieran dejado amanecer
en la misma historia.
En otro tiempo quizá
las complejas variables del destino
habrían conspirado nuestra convergencia
el encuentro de estas soledades
condenadas a la vigilia.
En otro tiempo, seguramente
no padecería el nulo desencanto
de haber sido creado
sólo para imaginarte.
Te soñé una noche
cuando distrajeron el dictado de mis sueños,
calculé tu rostro,
predije tu risa y tus errores,
calculé tu pulso en la garganta
mientras alguien
ponía mas palabras a mi rostro
mientras otro con lenguaje
zurcía mi camino.
Ahora te recuerdo
con la poca memoria que me permiten mis letras.
Te veo fruncir los labios
te abro los ojos con la luz, en la oscuridad,
en medio de mis años de arena.
No sabes tú el cariño que le tengo a tus espantos,
a los nervios que te da encallar en la página en blanco,
a la paz que te contamina
al detenerte al lado de un bolígrafo
cuando como un tren se marcha.
Somos noblemente diferentes.
Me lo digo en secreto para que lo escuchen los tiranos,
para que me arranquen el corazón
y podamos vivir como si fuéramos hermanos
en una patria de palabras vírgenes.
-Nos heredaron la misma costumbre de esconder palabras detrás de los calendarios-.
Algo tienen tus ojos que no tienen los libros,
algo que nadie ha descubierto
o nadie se ha atrevido a dejar en un cuaderno.
No conozco un texto que hable de tus ojos,
o de ese gesto que guarece en ellos
como una bestia serena.
No conozco palabras que dominen la caricia que produce tu encanto,
que amortigüen mi soledad.
No alcanzan las palabras con que estoy hecho
para nombrarte.
De tanto imaginarte he empezado a quererte.
Sólo yo puedo quererte cuando te imagino,
cuando se reproduce tu nombre debajo de mis manos
y dices que tengo las manos frías como el invierno que arruga las flores,
y da de comer a los poetas.
Porque insisto que ni Arlt, ni Meyrin, ni Beckett,
ni Wislawa o Gambaro han encontrado tus ojos.
Nadie ha visto en ellos el infierno mecido en la esperanza,
nadie ha descrito la serenidad de su encanto,
lo que ocultan tus ojos cuando te imagino.
Nadie saber del calor que producen debajo de la tinta,
de la habilidad que tienen para estremecer el llanto,
para nombrar la caída y sostenerme a tres centímetros del alma
que no tengo.
Nadie ha descrito antes la posibilidad de conocerte
de escribirte una vida, de nombrarte para que existas
de mirarte a la luz del sol, y verte crecer los ojos
como el miedo que no me heredaron.
-Esto no es una historia, cobarde aquel que crea que esto es una historia,
que te describo para alagar el tacto que produces en mi cuerpo,
para contarle a todos que amo, que necesito de alguien para sostener mi almohada
y contemplar la soledad de un autor que no puede traducirte de las sombras.
Siniestro el día en que alguien crea que esto es un poema para celebrar el amor,
para creer en la libertad del lenguaje y los maleficios de la memoria-
VI
Porque sé que existes,
en algún cuento de hombres grises,
en alguna ciudad de lluvia
con baldosas amarillas,
en alguna casa con ventanas redondas,
en la calle Dalila o Roquefort,
en algún callejón
o al final de una vereda de flores blancas,
en alguna novela olvidada
en una computadora,
en papeles con tinta roja.
En el dorso de un libro de biología
seguro alguien un día habrá de dibujarte.
Alguien como tú
debe ocurrírsele a un escritor.
Si me hubieran dejado ser hombre
y no otro personaje incompleto
de una novela inconclusa,
yo mismo te pondría tinta en los labios
para que pronunciaras tu nombre
una palabra apenas
y pudieras existir.
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